jueves, 31 de mayo de 2012

Los Simbolos y pintura ¨ Madre e hijo ¨

Para realizar un análisis simbólico, tomamos la pintura de Gustav Klimtmadre e hijo. Ésta pintura forma parte de la obra  llamada: Las tres edades de la vida (1905), la cual contiene un nuevo acercamiento a todo el ámbito femenino. Esta obra cargada de simbolismo representa tres estados de la vida: la fuente de la vida en una mujer que sostiene a un bebé, la decrepitud en la imagen de desesperación de una anciana, y el comienzo del ciclo con un bebe dormido. No hay que hacerse ilusiones, todo lo placentero e idealizado que tiene la madre con su hija van parejos a la promesa de decadencia y muerte. Sus ornatos y decoración son ya muy característicos: círculos, óvalos, triángulos, colores ocres y azules sobre fondos oscuros que destacan el color de la carne.


Gustav Klimt   (14 de julio, 1862 – 6 de febrero, 1918) fue un pintor simbolista austríaco, representantes del movimiento modernista de la secesión vienesa. Klimt pintó lienzos y murales con un estilo personal muy ornamentado.
Encontró en el desnudo femenino una de sus más recurrentes fuentes de inspiración. Sus obras están dotadas de una intensa energía sensual, reflejada con especial claridad en sus numerosos apuntes y esbozos a lápiz. Klimt se convirtió en un personaje muy notable en la alta sociedad vienesa, y estuvo relacionado de un modo u otro con los más notables círculos intelectuales del momento, en una época en la que Viena estaba dejando de ser la capital mundial del arte.
Los elementos de una pintura se forman de dos unidades: la de la concepción y la del significado. Los símbolos son la clave para descifrar este significado nacido de la voluntad del artista. A lo largo de los siglos XVII y XVIII hubo una reafirmación del significado de los símbolos y esto lo convirtió a algunos de ellos en un arma educativa de la religión ante la mayoría de los creyentes analfabetos. Existe por tanto una compleja convivencia de los símbolos con su gran versatilidad y su gran riqueza que hacen más interesante el devenir de la historia de la pintura.
Análisis detallado de los símbolos de la pintura ¨Madre e hijo ¨  - Cirlot y Chevallier –
Bella Durmiente: Puede considerarse como símbolo del alma, en el sentido junguiano. También simboliza, más que al inconciente propiamente dicho, a las imágenes ancestrales que el yacen. Cada bella inmovilizada representa una posibilidad en estado pasivo. (Cirlot, Pág. 108, 1969)
Circulo: Es con frecuencia emblema solar. También tiene correspondencia con el numero 10 (retorno a la unidad tras la multiplicidad), por lo que simboliza en muchas ocasiones el cielo y la perfección o también la eternidad. Hay una implicación psicológica profunda en este significado de círculo como perfección. Por ello Jung dice que el cuadrado, como numero plural mínimo, representa el estado pluralista del hombre que no ha alcanzado la unidad interior (perfección), mientras el círculo corresponde a esa etapa final. Los círculos blancos corresponden a la energía e influjos celestes; los cuadrados negros, a los impulsos telúricos. Es lo que esta representado por el yin y el yang. (Cirlot,Pág 136,  1969)
“El círculo es también el símbolo del tiempo; la rueda gira. Desde la más lejana antigüedad, el círculo ha servido para indicar la totalidad, la perfección, para englobar el tiempo y medirlo mejor” (Chevallier, Pág. 302).
“Jung ha mostrado que el símbolo del círculo es una imagen arquetípica de la totalidad de la psique, el símbolo del sí mismo, mientras que el cuadrado es el símbolo de la materia terrena, del cuerpo y de la realidad” (Chevallier, Pág. 304).
Circunferencia: símbolo de la limitación adecuada, del mundo manifestado, de lo preciso y regular, también de la unidad interna de la materia y de la armonía universal, según los alquimistas. El movimiento circunferencial, que los gnósticos convirtieron en uno de sus emblemas esenciales mediante la figura del dragón, la serpiente o el pescado que se muerde la cola, es una representación del tiempo. Los sistemas cíclicos representan la unidad, multiplicidad, retorno a la unidad, evolución, involución, nacimiento, crecimiento, decrecimiento, muerte. En virtud de su movimiento, tanto como de su forma, el giro circular tiene además la significación de algo que se pone en juego, activa y vivifica todas las fuerzas establecidas a lo largo del proceso. Casi todas las representaciones del tiempo tienen forma circular y la circunferencia en que no hay marcado ningún punto, es la imagen de aquello en lo cual el principio coincide con el fin, es decir, el eterno retorno. (Cirlot, Pág. 137, 1969)
Desnudez: Ya el simbolismo cristiano distinguía en la Edad Media entre nuditas virtualis  (pureza e inocencia) y nuditas criminalis (lujuria o vanidosa exhibición). Por eso todo desnudo tiene y tendrá siempre un sentido ambivalente, una emoción equivoca; si de un lado se eleva hacia las puras cimas de la mera belleza física y, por platónica analogía, hacia la comprensión e identificación e la belleza moral y espiritual, de otro lado no puede casi perder su lastre demasiado humano de atracción irracional arraigada en los fondos insensibles a lo intelectual. Evidentemente, la expresión de la forma, sea natural o artística, induce a una u otra dirección al contemplador. (Cirlot, Pág. 171, 1969)
Desnudez: “En la óptica tradicional, la desnudez del cuerpo es una suerte de retorno al estado primordial, a la perspectiva central…”.
“La desnudez femenina tiene un poder paralizante” (Chevallier, Pág. 412).
Gran Madre: al arquetipo de la Gran Madre, suele considerársela como un símbolo de la tierra fecundada. Representa la objetiva verdad de la naturaleza, enmascarándose o encarnando en las figuras de una mujer maternal, sibila, diosa, sacerdotisa. Jung da a esta imagen arquetípica el nombre de personalidad mana. (Cirlot, Pág. 235,  1969)
Las manifestaciones de la mitología, al igual que los efectos del complejo materno, una vez despojados ambos de su multiplicidad casuística, tienen en última instancia su base en lo inconsciente.
La madre es la precondición, es la forma que contiene todo lo viviente. Frente a ella, el padre representa la dinámica del arquetipo, pues el arquetipo es ambas cosas: forma ay energía.
La portadora del arquetipo es en primer término, la madre personal, porque en un comienzo el niño vive en participación exclusiva, en identificación inconsciente con ella. La madre es tanto la precondición física como la psíquica del niño. Con el despertar de la consciencia del yo la participación se va disolviendo poco a poco y la conciencia comienza a ponerse en oposición con lo inconsciente, esto es con sus propia precondición.
De allí resulta la diferenciación entre el yo y la madre. De ese modo se desprenden de su imagen todas las características misteriosas y fabulosas y se desplazan hacia la posibilidad más cercana: la abuela. Como madre de la madre, ella es “más grande” que esta. Pues cuanto más se aleja al arquetipo de la conciencia, tanto mas clara se vuelve esta y tanto mas nítida figura mitológica toma el arquetipo. El paso de la madre a la abuela representa un ascenso de rango para el arquetipo.
Al volverse mayor la distancia entre lo consciente y lo inconsciente, la abuela materna se transforma, por ascenso de rango, en la “Gran Madre”.
El arquetipo de la madre (C. Jung)
El arquetipo de la madre tiene, una cantidad casi imprevisible de aspectos. Algunas formas típicas son: la madre y la abuela personales; la madrastra y la suegra; cualquier mujer con la cual se está en relación, incluyendo también la niñera; el remoto antepasado femenino y la mujer blanca; en sentido figurado, más elevado, la diosa, especialmente la madre de Dios, la Virgen; la meta del anhelo de salvación (Paraíso, Reino de Dios, Jerusalén celestial); en sentido más amplio la iglesia, la universidad, la cuidad, el país, el cielo, la tierra, el bosque, el mar y el estanque; la materia, el inframundo y la luna; en sentido más estricto, como sitio de nacimiento o de engendramiento: el campo, el jardín, el peñasco, la cueva, el árbol, el manantial, la fuente profunda, la pila bautismal, la flor como vasija; como circulo mágico o como tipo de la cornucopia; y en el sentido más estricto, toda forma hueva (como por ejemplo la tuerca); los yoni; el horno, la olla; como animal, la vaca, la liebre y todo animal útil en general.
Todos estos símbolos pueden tener un sentido positivo, favorable o un sentido negativo, nefasto.
Algunos rasgos o características del arquetipo de la madre son: lo “materno”, la autoridad mágica de lo femenino, la sabiduría y la altura espiritual que esta más allá del entendimiento; lo bondadoso, protector, sustentador, dispensador de crecimiento, fertilidad y alimento; los sitios de la transformación mágica, del renacimiento; el impulso o instinto benéficos; lo secreto, lo oculto, lo sombrío, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena, lo que provoca miedo y no permite evasión.
Estos son tres aspectos esenciales de la madre: su bondad protectora y sustentadora, su emocionalidad orgiástica  y su oscuridad inframundana.
Jung, a diferencia de la teoría psicoanalítica, le adjudica una limitada significación a la “madre personal”. Con esto se refiere a que todos esos efectos de la madre sobre la psique infantil pintados por la literatura no provienen meramente de la madre personal, sino más bien del arquetipo proyectado sobre la madre, el cual da un fondo mitológico a  esta y le presta así autoridad y luminosidad.
Los efectos etiológicos traumáticos de la madre deben dividirse en dos grupos: en primer lugar están aquellas peculiaridades del carácter o actitudes realmente existentes en la madre personal, y luego aquellos que solo aparentemente le pertenece, ya que son casos de proyecciones de tipo fantástico (arquetípico) efectuada por el niño.

El complejo materno (C. Jung)
El arquetipo de la madre constituye la base de lo que Jung llama Complejo Materno. Todavía no se sabe, si el complejo puede tener lugar sin una participación causal demostrable de la madre.
Basándose en su propia experiencia, Jung cree de que en el proceso que causa la perturbación, la madre desempeña un papel activo siempre, y en especial en las neurosis infantiles o de la temprana infancia. La esfera instintiva del niño es perturbada y los arquetipos quedan de ese modo constelizados y se sitúan entre la madre y el niño como un elemento extraño y a menudo causante de miedo.
Además, sostiene que los efectos del complejo materno son diversos según se trate del hijo o de la hija.
-          El Complejo Materno del HIJO
Efectos típicos del complejo materno sobre el HIJO, son la homosexualidad, y el donjuanismo y en ocasiones también la impotencia.
En el hijo el complejo materno no es puro porque existe una diferencia de sexo. Esta diferencia es el motivo por el cual en todo complejo materno masculino el arquetipo de la compañera sexual, o sea el ánima, desempeña un papel de importancia junto al arquetipo de la madre.
La madre es el primer ser femenino que encuentra al futuro hombre y es inevitable que ella aluda, grosera o delicadamente, susurrando o a gritos, consciente o inconscientemente, a la masculinidad del hijo; así también el hijo advierte cada vez más la feminidad de la madre o, al menos inconscientemente, responde a ella en forma instintiva.
Entonces, en el hijo la sencillas relaciones de la identidad o de la resistencia diferenciadora se cruzan sin cesar con los factores de atracción y del rechazo eróticos.
Solo en la HIJA es el complejo materno un caso puro y sin complicaciones. Sus consecuencias son: por un lado, que el instinto femenino experimente un gran desarrollo causado por la madre; por el otro, que se produzca un debilitamiento del mismo que llegue hasta su extinción.
El complejo materno de la hija aumenta exageradamente el instinto femenino o lo reprime también exageradamente; en el hijo en cambio afecta al instinto masculino por una sexualización antinatural.
-          El Complejo Materno de la HIJA
  1. La hipertrofia de lo materno
El complejo materno provoca en la hija una hipertrofia de lo femenino o una correspondiente atrofia. La exaltación de lo femenino significa un fortalecimiento de todos los instintos femeninos, en especial del instinto materno. El aspecto negativo de esto lo representa una mujer cuya única meta es procrear. El hombre pasa a ser un accesorio, un instrumento para la procreación y toma el carácter de objeto que hay que cuidar. También la propia personalidad es un accesorio, a menudo hasta es más o menos inconsciente, pues la vida es vivida en los otros y a través de los otros.
Como consecuencia del carácter inconsciente de la propia personalidad, se produce una identificación con los otros.
  1. La exaltación del Eros
El complejo que una madre de ese tipo provoca en la hija no es necesariamente una hipertrofia del instinto maternal. Por el contrario, este instinto puede incluso llegar a extinguirse en la hija. Para enfrentar esta falta aparece como sustituto una exaltación del Eros que conduce casi siempre a una relación incestuosa inconsciente con el padre. El Eros acrecentado produce una anormal acentuación de la personalidad de los otros.
  1. La identificación con la madre
Si en el complejo materno femenino no se produce un sobre desarrollo del Eros, se da entonces una identificación con la madre y una paralización del propio destino femenino. Aparece una proyección de la propia personalidad sobre la de la madre, ya que el mundo de los instintos propios permanece en la inconsciencia, quedando por ello inconscientes tanto el instinto materno como el Eros.
  1. La defensa contra la madre
Entre los tres tipos extremos mencionados, se escalonan muchos otros. Uno fundamental de ellos es el de una defensa contra el predominio de la madre y de una defensa tal que prevalece sobre todo lo demás. Este caso es el ejemplo típico del llamado complejo materno negativo. Su lema es “cualquier cosa con tal de que no sea como mi madre”. Se trata por un lado, de una fascinación que nunca llega a ser identificación, y por el otro de un acrecentamiento del Eros, que se agota sin embargo en cierta envidiosa resistencia contra la madre.
Solo le resulta esencial la persistente defensa contra el poder materno en todas sus formas, y es esa defensa lo que constituye siempre el fin más alto de su vida.
Madre: Los símbolos de la madre presentan una ambivalencia notable, la madre aparece como imagen de la naturaleza e inversamente; la madre terrible, como sentido y figura de la muerte. Jung indica que la madre es símbolo del inconsciente colectivo, del lado izquierdo y nocturno de la existencia, la fuente del agua y de la vida. La madre es la primera portadora de la imagen del ánima. (Cirlot,Pág. 298,  1969)
“… se puede decir que el simbolismo de la madre se relaciona con el de la mar, como también con el de la tierra, en el sentido que una y otra son otros tantos receptáculos y matrices de la vida. El mar y la tierra son símbolos del cuerpo maternal” (Chevallier, Pág. 674).
“En el análisis moderno, el símbolo de la madre asume el valor de arquetipo. La primera forma que toma para el individuo la experiencia del anima, es la madre, es decir, lo inconsciente. Esto presenta dos aspectos, uno constructivo y el otro destructor. Es destructor en tanto que es “la fuente de todos los instintos… la totalidad de todos los arquetipos… el residuo de todo lo que los hombres han vivido desde los más lejanos comienzos, el lugar de la experiencia supraindividual. Pero tiene necesidad de la consciencia para realizarse, pues aquello no existe más que en correlación con ésta: lo cual distingue al hombre del animal. De este último se dirá que tiene instintos, no un inconsciente. Precisamente es en esta relación donde puede instalarse y ejercer su tiranía el poder de lo inconsciente. Por causa de la superioridad relativa que le viene de su naturaleza impersonal y de su cualidad de manantial, “puede volverse contra lo consciente, surgido de él, y destruirlo; su papel es entonces el de una madre devoradora, indiferente al individuo, absorbida únicamente por el ciclo ciego de la creación” (Chevallier, Pág. 675).
Por parte del niño se puede encontrar también una imagen deformada de la madre y una actitud involutiva bajo la forma de una fijación en la madre. En este caso, la madre “sigue ejerciendo una fascinación inconsciente, que amenaza con paralizar el desarrollo del yo… La madre personal recubre el arquetipo de la madre, símbolo de lo inconsciente, es decir, del no yo. Este no yo se siente como algo hostil en razón del temor que inspira la madre y el dominio inconsciente que ella ejerce” (Chevallier, Pág. 675).
Mujer: Corresponde, en la esfera antropológica, al principio pasivo de la naturaleza. En la psicología jungiana, como doncella desconocida, amada o anima. Como imagen arquetípica, la mujer es compleja y puede ser sobredeterminada en sus aspectos superiores como personificación de la ciencia o de la suprema virtud, como imagen del ánima es superior al hombre mismo por ser el reflejo de la parte superior y mas pura de este. En sus aspectos inferiores, como instintiva y sentimental, la mujer no esta al nivel del hombre sino por debajo de el.  (Cirlot, Pág. 329, 1969)
Niño: “… Infancia es símbolo de inocencia: es el estado anterior a la falta, y por ende el estado edénico, simbolizado en diversas tradiciones por el retorno al estado embrionario, del que la infancia permanece próxima. Infancia es símbolo de simplicidad natural, de espontaneidad, y éste es el sentido que le da el taoísmo” (Chevallier, Pág. 752).
“En la evolución psicológica del hombre, unas actitudes pueriles o infantiles, que no se confunden en nada con las del niño como símbolo, marcan períodos de regresión; a la inversa, la imagen del niño puede indicar victoria sobre la complejidad y la ansiedad, así como la conquista de la paz interior y la confianza en sí mismo” (Chevallier, Pág. 753).
Seno: “El seno derecho simboliza el sol y el izquierdo la luna”.
“El seno es sobre todo símbolo de maternidad, de dulzura, de seguridad y de recurso. Ligado a la fecundidad y a la leche, que es el primer alimento, está asociado a las imágenes de intimidad, de ofrenda, de don y de refugio… Pero es también receptáculo, como todo símbolo maternal, y promesa de regeneración. El retorno al seno de la tierra marca, como toda muerte, el preludio de un nuevo nacimiento” (Chevallier, Pág. 923).
Azul: “El azul es el más profundo de los colores: en él la mirada se hunde sin encontrar obstáculo y se pierde en lo indefinido, como delante de una perpetua evasión del color”.
“El azul es el más inmaterial de los colores: la naturaleza generalmente nos lo presenta sólo hecho de transparencia, es decir de vacío acumulado, vacío del aire, vacío del agua, vacío del cristal o del diamante. El vacío es exacto, puro y frío. El azul es el más frío de los colores, y en su valor absoluto el más puro, parte del vacío total del blanco neutro. De estas cualidades fundamentales depende el conjunto de sus aplicaciones simbólicas”.
“Inmaterial en sí mismo, el azul desmaterializa todo cuanto toma su color. Es camino de lo indefinido, donde lo real se transforma en imaginario” (Chevallier, Pág. 163).
“Según Kandinsky… la profundidad del azul tiene una gravedad solemne, supraterrena” (Pág. 164).
“El lenguaje popular, que es por excelencia un lenguaje terreno, no cree apenas en las sublimaciones del deseo y no ve pues más que perdición, carencia, ablación, castración, allí donde otros ven mutación y nueva partida. Por ello el azul toma frecuentemente allí significación negativa. El miedo metafísico se convierte en el francés vulgar en una peur bleue, y en esta misma lengua se dirá “no veo más que azul”, para decir “no veo nada”. En alemán, “estar azul” significa perder la consciencia por el alcohol. El azul, en ciertas prácticas aberrantes, puede incluso significar el colmo de la pasividad y la renuncia. Así una costumbre de los presidios de Francia requería que el invertido afeminado hiciese tatuar su virilidad con un casquete azul uniforme, para expresar que renunciaba a ella. Opuestamente a su significación marial, el azul expresaba entonces una castración simbólica; y la operación, la imposición de ese azul con el precio de un largo sufrimiento, testimoniaba un heroísmo a contrapelo no macho sino hembra, no sádico sino masoquista” (Chevallier, Pág. 165).
Verde: “Equidistante del azul celeste y del rojo infernal, ambos absolutos e inaccesibles, el verde, valor medio, mediatriz entre el calor y el frío, lo alto y lo bajo, es un color tranquilizador, refrescante, humano. Cada primavera, después de que el invierno ha convencido al hombre de su soledad y de su precariedad desnudando y helando la tierra que lo contiene, ésta se reviste de un nuevo manto verde, que vuelve a traer la esperanza, al mismo tiempo que la tierra vuelve a resultar nutritiva. El verde, como el hombre, es tibio. Y la venida de la primavera se manifiesta por el derretimiento de los hielos y la caída de las lluvias fertilizadoras. Verde es el color del reino vegetal que se reafirma con esas aguas regeneradoras y lustrales, a las cuales el bautismo debe toda su significación simbólica. Verde es el despertar de las aguas primordiales, verde es el despertar de la vida” (Chevallier, Pág. 1057).
“Estas maravillosas cualidades del verde llevan a pensar que este color esconde un secreto, que simboliza un conocimiento profundo, oculto, de las cosas y del destino” (Chevallier, Pág. 1059).
Blanco: “Como su color contrario, el negro, el blanco puede situarse en los dos extremos de la gama cromática. Absoluto y no teniendo otras variaciones que las que van de la matidez al brillo, significa ora la ausencia ora la suma de los colores” (Chevallier, Pág. 189).
En todo pensamiento simbólico, la muerte precede a la vida, ya que todo nacimiento es un renacimiento. Por eso el blanco es primitivamente el color de la muerte y del duelo” (Chevallier, Pág. 190).
Anaranjado: “A medio camino entre el amarillo y el rojo, el naranja es el color más actínico. Entre el oro celeste y las fauces ctónicas, este color simboliza en primer lugar el punto de equilibrio del espíritu y de la libido. Pero tal equilibrio tiende a romperse en un sentido o en otro, y se convierte entonces en la revelación del amor divino, o en el emblema de la lujuria… Pero el equilibrio del espíritu y la libido es cosa tan difícil que el anaranjado se convierte también en el color simbólico de la infidelidad y la lujuria” (Chevallier, Pág. 93 y 94).
Negro: “Contracolor del blanco, el negro es su igual en valor absoluto. Como el blanco, puede situarse en las dos extremidades de la gama cromática, en cuanto límite de los colores cálidos y de los fríos; según su matiz o brillo, se convierte entonces en la ausencia o en la suma de los colores, en su negación o en su síntesis”.
“Simbólicamente es más frecuentemente entendido en su aspecto frío, negativo. Contracolor de todo color, está asociado a las tinieblas primordiales, a la indiferencia original” (Chevallier, Pág. 746 y 747).
“Desde el punto de vista del análisis psicológico, en los sueños diurnos o nocturnos, como también en las percepciones sensibles del estado de vela, el negro se considera como ausencia de todo color, de toda luz. El negro absorbe la luz y no la devuelve. Evoca, ante todo, el caos, la nada, el cielo nocturno, las tinieblas terrenas de la noche, el mal, la angustia, la tristeza, lo inconsciente y la muerte” (Chevallier, Pág. 749).
“Si lo negro se vincula con la idea del mal, es decir, con todo aquello que contraria o retrasa el plan de la evolución deseada por lo divino, es porque semejante negro evoca lo que los hindúes llaman la “ignorancia”, la “sombra” de Jung, la diabólica serpiente dragón de las mitologías, que es necesario vencer en uno mismo para asegurar la propia metamorfosis, pero que nos traiciona a cada instante”.
“Este negro, asociado al mal y a lo inconsciente se vuelve a encontrar en expresiones tales como: tramar negros deseos, la negrura de su alma, una novela negra. En cuanto a estar negro, es precisamente encontrarse en la inconsciencia de la embriaguez”.
“Lo negro, como color que señala la melancolía, el pesimismo, la aflicción o el infortunio, se encuentra constantemente en el lenguaje cotidiano: lo vemos todo negro, tenemos ideas negras, estamos de un humor negro, las estamos pasando negras”.
“En su influencia sobre el psiquismo, el negro da una impresión de opacidad, espesamiento, pesadez”.
“En los sueños, la aparición de animales negros, personajes negros u oscuros, muestra que tomamos contacto con nuestro propio universo instintivo primitivo que se trata de iluminar o domesticar, y cuyas fuerzas debemos canalizar hacia objetivos más elevados” (Chevallier, Pág. 750).
Flor: “Aunque cada flor posee secundariamente un simbolismo propio, la flor en general es símbolo del principio pasivo” (Chevallier, Pág. 504).
“La flor se presenta a menudo como una figura-arquetipo del alma o como un centro espiritual. Su significación se precisa entonces según su color, el cual revela tendencias psíquicas” (Chevallier, Pág. 506).
Según el texto “El lenguaje del dibujo”  de Carlos J. Biedma y Pedro G. D´Alfonso, y relacionando algunos aspectos de la obra “Madre e hija” de Gustav Klimt, podemos decir que se trata de una pintura que se encontraría en la zona media.
En el libro más arriba mencionado, los autores refiriéndose a los factores de expresión, definen al emplazamiento como aquello que “se determina por las partes del cuadro escogidas por el sujeto para dibujar sus temas” (Pág. 37). Esto “se establece en función de la altura, anchura y economía espacial de los dibujos. Se trata de la extensión del dibujo en sentido vertical, es decir: el espacio que ocupa el tema en el cuadro, desde la base hasta el borde superior opuesto” (Pág. 38).
“Se divide el área total en tres zonas horizontales: superior, media e inferior” (Pág. 38).
Según lo antedicho, podemos decir que la obra “Madre e hija” de Gustav Klimt, se encontraría en la zona media, y por tanto “traduce un predominio emotivo y el apego a las cosas cotidianas” (Pág. 38). 



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