Para realizar un análisis simbólico, tomamos la pintura de Gustav Klimt: madre e hijo. Ésta pintura forma parte de la obra llamada: Las tres edades de la vida (1905), la cual contiene un nuevo acercamiento a todo el ámbito femenino. Esta obra cargada de simbolismo representa tres estados de la vida: la fuente de la vida en una mujer que sostiene a un bebé, la decrepitud en la imagen de desesperación de una anciana, y el comienzo del ciclo con un bebe dormido. No hay que hacerse ilusiones, todo lo placentero e idealizado que tiene la madre con su hija van parejos a la promesa de decadencia y muerte. Sus ornatos y decoración son ya muy característicos: círculos, óvalos, triángulos, colores ocres y azules sobre fondos oscuros que destacan el color de la carne.
Gustav Klimt (14 de julio, 1862 – 6 de febrero, 1918)
fue un pintor simbolista austríaco, representantes del movimiento modernista de
la secesión vienesa. Klimt pintó lienzos y murales con un estilo personal muy
ornamentado.
Encontró en el desnudo
femenino una de sus más recurrentes fuentes de inspiración. Sus obras están
dotadas de una intensa energía sensual, reflejada con especial claridad en sus
numerosos apuntes y esbozos a lápiz. Klimt se convirtió en un personaje muy
notable en la alta sociedad vienesa, y estuvo relacionado de un modo u otro con
los más notables círculos intelectuales del momento, en una época en la que
Viena estaba dejando de ser la capital mundial del arte.
Los elementos de una pintura se forman de dos unidades: la de la
concepción y la del significado. Los símbolos son la clave para descifrar este
significado nacido de la voluntad del artista. A lo largo de los siglos XVII y
XVIII hubo una reafirmación del significado de los símbolos y esto lo convirtió
a algunos de ellos en un arma educativa de la religión ante la mayoría de los
creyentes analfabetos. Existe por tanto una compleja convivencia de los
símbolos con su gran versatilidad y su gran riqueza que hacen más interesante
el devenir de la historia de la pintura.
Análisis detallado de los símbolos de la pintura ¨Madre e
hijo ¨ - Cirlot y Chevallier –
Bella
Durmiente: Puede considerarse como símbolo del
alma, en el sentido junguiano. También simboliza, más que al inconciente
propiamente dicho, a las imágenes ancestrales que el yacen. Cada bella
inmovilizada representa una posibilidad en estado pasivo. (Cirlot, Pág. 108,
1969)
Circulo: Es con frecuencia emblema solar. También tiene correspondencia con
el numero 10 (retorno a la unidad tras la multiplicidad), por lo que simboliza
en muchas ocasiones el cielo y la perfección o también la eternidad. Hay una
implicación psicológica profunda en este significado de círculo como
perfección. Por ello Jung dice que el cuadrado, como numero plural mínimo,
representa el estado pluralista del hombre que no ha alcanzado la unidad
interior (perfección), mientras el círculo corresponde a esa etapa final. Los
círculos blancos corresponden a la energía e influjos celestes; los cuadrados
negros, a los impulsos telúricos. Es lo que esta representado por el yin y el
yang. (Cirlot,Pág 136, 1969)
“El círculo es
también el símbolo del tiempo; la rueda gira. Desde la más lejana antigüedad,
el círculo ha servido para indicar la totalidad, la perfección, para englobar
el tiempo y medirlo mejor” (Chevallier, Pág. 302).
“Jung ha
mostrado que el símbolo del círculo es una imagen arquetípica de la totalidad
de la psique, el símbolo del sí mismo, mientras que el cuadrado es el símbolo
de la materia terrena, del cuerpo y de la realidad” (Chevallier, Pág. 304).
Circunferencia: símbolo de la limitación adecuada, del mundo manifestado, de lo
preciso y regular, también de la unidad interna de la materia y de la armonía
universal, según los alquimistas. El movimiento circunferencial, que los
gnósticos convirtieron en uno de sus emblemas esenciales mediante la figura del
dragón, la serpiente o el pescado que se muerde la cola, es una representación
del tiempo. Los sistemas cíclicos representan la unidad, multiplicidad, retorno
a la unidad, evolución, involución, nacimiento, crecimiento, decrecimiento,
muerte. En virtud de su movimiento, tanto como de su forma, el giro circular
tiene además la significación de algo que se pone en juego, activa y vivifica
todas las fuerzas establecidas a lo largo del proceso. Casi todas las
representaciones del tiempo tienen forma circular y la circunferencia en que no
hay marcado ningún punto, es la imagen de aquello en lo cual el principio
coincide con el fin, es decir, el eterno retorno. (Cirlot, Pág. 137, 1969)
Desnudez: Ya el simbolismo cristiano distinguía en la Edad Media entre nuditas virtualis (pureza e inocencia) y nuditas criminalis (lujuria o vanidosa exhibición). Por eso todo
desnudo tiene y tendrá siempre un sentido ambivalente, una emoción equivoca; si
de un lado se eleva hacia las puras cimas de la mera belleza física y, por
platónica analogía, hacia la comprensión e identificación e la belleza moral y
espiritual, de otro lado no puede casi perder su lastre demasiado humano de
atracción irracional arraigada en los fondos insensibles a lo intelectual.
Evidentemente, la expresión de la forma, sea natural o artística, induce a una
u otra dirección al contemplador. (Cirlot, Pág. 171, 1969)
Desnudez: “En la óptica tradicional, la desnudez del cuerpo es una suerte de
retorno al estado primordial, a la perspectiva central…”.
“La desnudez
femenina tiene un poder paralizante” (Chevallier, Pág. 412).
Gran Madre: al arquetipo de la Gran Madre, suele considerársela como un
símbolo de la tierra fecundada. Representa la objetiva verdad de la naturaleza,
enmascarándose o encarnando en las figuras de una mujer maternal, sibila,
diosa, sacerdotisa. Jung da a esta imagen arquetípica el nombre de personalidad
mana. (Cirlot, Pág. 235, 1969)
Las manifestaciones de la
mitología, al igual que los efectos del complejo materno, una vez despojados
ambos de su multiplicidad casuística, tienen en última instancia su base en lo
inconsciente.
La madre es la
precondición, es la forma que contiene todo lo viviente. Frente a ella, el
padre representa la dinámica del arquetipo, pues el arquetipo es ambas cosas:
forma ay energía.
La portadora del
arquetipo es en primer término, la madre personal, porque en un comienzo el
niño vive en participación exclusiva, en identificación inconsciente con ella.
La madre es tanto la precondición física como la psíquica del niño. Con el
despertar de la consciencia del yo la participación se va disolviendo poco a
poco y la conciencia comienza a ponerse en oposición con lo inconsciente, esto
es con sus propia precondición.
De allí resulta la
diferenciación entre el yo y la madre. De ese modo se desprenden de su imagen
todas las características misteriosas y fabulosas y se desplazan hacia la
posibilidad más cercana: la abuela. Como madre de la madre, ella es “más
grande” que esta. Pues cuanto más se aleja al arquetipo de la conciencia, tanto
mas clara se vuelve esta y tanto mas nítida figura mitológica toma el
arquetipo. El paso de la madre a la abuela representa un ascenso de rango para
el arquetipo.
Al volverse mayor la
distancia entre lo consciente y lo inconsciente, la abuela materna se
transforma, por ascenso de rango, en la “Gran Madre”.
El arquetipo de la madre
(C. Jung)
El arquetipo de la madre
tiene, una cantidad casi imprevisible de aspectos. Algunas formas típicas son:
la madre y la abuela personales; la madrastra y la suegra; cualquier mujer con
la cual se está en relación, incluyendo también la niñera; el remoto antepasado
femenino y la mujer blanca; en sentido figurado, más elevado, la diosa,
especialmente la madre de Dios, la Virgen; la meta del anhelo de salvación
(Paraíso, Reino de Dios, Jerusalén celestial); en sentido más amplio la
iglesia, la universidad, la cuidad, el país, el cielo, la tierra, el bosque, el
mar y el estanque; la materia, el inframundo y la luna; en sentido más
estricto, como sitio de nacimiento o de engendramiento: el campo, el jardín, el
peñasco, la cueva, el árbol, el manantial, la fuente profunda, la pila
bautismal, la flor como vasija; como circulo mágico o como tipo de la
cornucopia; y en el sentido más estricto, toda forma hueva (como por ejemplo la
tuerca); los yoni; el horno, la olla; como animal, la vaca, la liebre y todo
animal útil en general.
Todos estos símbolos
pueden tener un sentido positivo, favorable o un sentido negativo, nefasto.
Algunos rasgos o
características del arquetipo de la madre son: lo “materno”, la autoridad
mágica de lo femenino, la sabiduría y la altura espiritual que esta más allá
del entendimiento; lo bondadoso, protector, sustentador, dispensador de
crecimiento, fertilidad y alimento; los sitios de la transformación mágica, del
renacimiento; el impulso o instinto benéficos; lo secreto, lo oculto, lo
sombrío, el abismo, el mundo de los muertos, lo que devora, seduce y envenena,
lo que provoca miedo y no permite evasión.
Estos son tres aspectos
esenciales de la madre: su bondad protectora y sustentadora, su emocionalidad
orgiástica y su oscuridad inframundana.
Jung, a diferencia de la
teoría psicoanalítica, le adjudica una limitada significación a la “madre
personal”. Con esto se refiere a que todos esos efectos de la madre sobre la
psique infantil pintados por la literatura no provienen meramente de la madre
personal, sino más bien del arquetipo proyectado sobre la madre, el cual da un
fondo mitológico a esta y le presta así
autoridad y luminosidad.
Los efectos etiológicos
traumáticos de la madre deben dividirse en dos grupos: en primer lugar están
aquellas peculiaridades del carácter o actitudes realmente existentes en la
madre personal, y luego aquellos que solo aparentemente le pertenece, ya que
son casos de proyecciones de tipo fantástico (arquetípico) efectuada por el
niño.
El complejo materno (C.
Jung)
El arquetipo de la madre
constituye la base de lo que Jung llama Complejo Materno. Todavía no se sabe,
si el complejo puede tener lugar sin una participación causal demostrable de la
madre.
Basándose en su propia
experiencia, Jung cree de que en el proceso que causa la perturbación, la madre
desempeña un papel activo siempre, y en especial en las neurosis infantiles o
de la temprana infancia. La esfera instintiva del niño es perturbada y los
arquetipos quedan de ese modo constelizados y se sitúan entre la madre y el
niño como un elemento extraño y a menudo causante de miedo.
Además, sostiene que los
efectos del complejo materno son diversos según se trate del hijo o de la hija.
-
El Complejo Materno del HIJO
Efectos típicos del
complejo materno sobre el HIJO, son la homosexualidad, y el donjuanismo y en
ocasiones también la impotencia.
En el hijo el complejo
materno no es puro porque existe una diferencia de sexo. Esta diferencia es el
motivo por el cual en todo complejo materno masculino el arquetipo de la
compañera sexual, o sea el ánima, desempeña un papel de importancia junto al
arquetipo de la madre.
La madre es el primer ser
femenino que encuentra al futuro hombre y es inevitable que ella aluda, grosera
o delicadamente, susurrando o a gritos, consciente o inconscientemente, a la
masculinidad del hijo; así también el hijo advierte cada vez más la feminidad
de la madre o, al menos inconscientemente, responde a ella en forma instintiva.
Entonces, en el hijo la
sencillas relaciones de la identidad o de la resistencia diferenciadora se
cruzan sin cesar con los factores de atracción y del rechazo eróticos.
Solo en la HIJA es el
complejo materno un caso puro y sin complicaciones. Sus consecuencias son: por
un lado, que el instinto femenino experimente un gran desarrollo causado por la
madre; por el otro, que se produzca un debilitamiento del mismo que llegue
hasta su extinción.
El complejo materno de la
hija aumenta exageradamente el instinto femenino o lo reprime también
exageradamente; en el hijo en cambio afecta al instinto masculino por una
sexualización antinatural.
-
El Complejo Materno de la HIJA
- La hipertrofia de lo
materno
El complejo materno
provoca en la hija una hipertrofia de lo femenino o una correspondiente
atrofia. La exaltación de lo femenino significa un fortalecimiento de todos los
instintos femeninos, en especial del instinto materno. El aspecto negativo de
esto lo representa una mujer cuya única meta es procrear. El hombre pasa a ser
un accesorio, un instrumento para la procreación y toma el carácter de objeto
que hay que cuidar. También la propia personalidad es un accesorio, a menudo
hasta es más o menos inconsciente, pues la vida es vivida en los otros y a
través de los otros.
Como consecuencia del
carácter inconsciente de la propia personalidad, se produce una identificación
con los otros.
- La exaltación del
Eros
El complejo que una madre
de ese tipo provoca en la hija no es necesariamente una hipertrofia del
instinto maternal. Por el contrario, este instinto puede incluso llegar a
extinguirse en la hija. Para enfrentar esta falta aparece como sustituto una
exaltación del Eros que conduce casi siempre a una relación incestuosa
inconsciente con el padre. El Eros acrecentado produce una anormal acentuación
de la personalidad de los otros.
- La identificación
con la madre
Si en el complejo materno
femenino no se produce un sobre desarrollo del Eros, se da entonces una
identificación con la madre y una paralización del propio destino femenino.
Aparece una proyección de la propia personalidad sobre la de la madre, ya que
el mundo de los instintos propios permanece en la inconsciencia, quedando por
ello inconscientes tanto el instinto materno como el Eros.
- La defensa contra la
madre
Entre los tres tipos
extremos mencionados, se escalonan muchos otros. Uno fundamental de ellos es el
de una defensa contra el predominio de la madre y de una defensa tal que
prevalece sobre todo lo demás. Este caso es el ejemplo típico del llamado
complejo materno negativo. Su lema es “cualquier cosa con tal de que no sea
como mi madre”. Se trata por un lado, de una fascinación que nunca llega a ser
identificación, y por el otro de un acrecentamiento del Eros, que se agota sin
embargo en cierta envidiosa resistencia contra la madre.
Solo le resulta esencial
la persistente defensa contra el poder materno en todas sus formas, y es esa
defensa lo que constituye siempre el fin más alto de su vida.
Madre: Los símbolos de la madre presentan una ambivalencia notable, la
madre aparece como imagen de la naturaleza e inversamente; la madre terrible,
como sentido y figura de la muerte. Jung indica que la madre es símbolo del
inconsciente colectivo, del lado izquierdo y nocturno de la existencia, la
fuente del agua y de la vida. La madre es la primera portadora de la imagen del
ánima. (Cirlot,Pág. 298, 1969)
“… se puede
decir que el simbolismo de la madre se relaciona con el de la mar, como también
con el de la tierra, en el sentido que una y otra son otros tantos receptáculos
y matrices de la vida. El mar y la tierra son símbolos del cuerpo maternal”
(Chevallier, Pág. 674).
“En el análisis
moderno, el símbolo de la madre asume el valor de arquetipo. La primera forma
que toma para el individuo la experiencia del anima, es la madre, es decir, lo inconsciente. Esto presenta dos
aspectos, uno constructivo y el otro destructor. Es destructor en tanto que es
“la fuente de todos los instintos… la totalidad de todos los arquetipos… el
residuo de todo lo que los hombres han vivido desde los más lejanos comienzos,
el lugar de la experiencia supraindividual. Pero tiene necesidad de la
consciencia para realizarse, pues aquello no existe más que en correlación con
ésta: lo cual distingue al hombre del animal. De este último se dirá que tiene
instintos, no un inconsciente. Precisamente es en esta relación donde puede
instalarse y ejercer su tiranía el poder de lo inconsciente. Por causa de la
superioridad relativa que le viene de su naturaleza impersonal y de su cualidad
de manantial, “puede volverse contra lo consciente, surgido de él, y
destruirlo; su papel es entonces el de una madre devoradora, indiferente al individuo,
absorbida únicamente por el ciclo ciego de la creación” (Chevallier, Pág. 675).
Por parte del
niño se puede encontrar también una imagen deformada de la madre y una actitud
involutiva bajo la forma de una fijación en la madre. En este caso, la madre
“sigue ejerciendo una fascinación inconsciente, que amenaza con paralizar el
desarrollo del yo… La madre personal recubre el arquetipo de la madre, símbolo
de lo inconsciente, es decir, del no yo. Este no yo se siente como algo hostil
en razón del temor que inspira la madre y el dominio inconsciente que ella
ejerce” (Chevallier, Pág. 675).
Mujer: Corresponde, en la esfera antropológica, al principio pasivo de la
naturaleza. En la psicología jungiana, como doncella desconocida, amada o
anima. Como imagen arquetípica, la mujer es compleja y puede ser
sobredeterminada en sus aspectos superiores como personificación de la ciencia
o de la suprema virtud, como imagen del ánima es superior al hombre mismo por
ser el reflejo de la parte superior y mas pura de este. En sus aspectos
inferiores, como instintiva y sentimental, la mujer no esta al nivel del hombre
sino por debajo de el. (Cirlot, Pág.
329, 1969)
Niño: “… Infancia es símbolo de inocencia: es el estado anterior a la
falta, y por ende el estado edénico, simbolizado en diversas tradiciones por el
retorno al estado embrionario, del que la infancia permanece próxima. Infancia
es símbolo de simplicidad natural, de espontaneidad, y éste es el sentido que
le da el taoísmo” (Chevallier, Pág. 752).
“En la evolución
psicológica del hombre, unas actitudes pueriles o infantiles, que no se
confunden en nada con las del niño como símbolo, marcan períodos de regresión;
a la inversa, la imagen del niño puede indicar victoria sobre la complejidad y
la ansiedad, así como la conquista de la paz interior y la confianza en sí
mismo” (Chevallier, Pág. 753).
Seno: “El seno derecho simboliza el sol y el izquierdo la luna”.
“El seno es
sobre todo símbolo de maternidad, de dulzura, de seguridad y de recurso. Ligado
a la fecundidad y a la leche, que es el primer alimento, está asociado a las
imágenes de intimidad, de ofrenda, de don y de refugio… Pero es también
receptáculo, como todo símbolo maternal, y promesa de regeneración. El retorno
al seno de la tierra marca, como toda muerte, el preludio de un nuevo
nacimiento” (Chevallier, Pág. 923).
Azul: “El azul es el más profundo de los colores: en él la mirada se
hunde sin encontrar obstáculo y se pierde en lo indefinido, como delante de una
perpetua evasión del color”.
“El azul es el
más inmaterial de los colores: la naturaleza generalmente nos lo presenta sólo
hecho de transparencia, es decir de vacío acumulado, vacío del aire, vacío del
agua, vacío del cristal o del diamante. El vacío es exacto, puro y frío. El
azul es el más frío de los colores, y en su valor absoluto el más puro, parte
del vacío total del blanco neutro. De estas cualidades fundamentales depende el
conjunto de sus aplicaciones simbólicas”.
“Inmaterial en
sí mismo, el azul desmaterializa todo cuanto toma su color. Es camino de lo
indefinido, donde lo real se transforma en imaginario” (Chevallier, Pág. 163).
“Según
Kandinsky… la profundidad del azul tiene una gravedad solemne, supraterrena”
(Pág. 164).
“El lenguaje
popular, que es por excelencia un lenguaje terreno, no cree apenas en las
sublimaciones del deseo y no ve pues más que perdición, carencia, ablación,
castración, allí donde otros ven mutación y nueva partida. Por ello el azul
toma frecuentemente allí significación negativa. El miedo metafísico se convierte
en el francés vulgar en una peur bleue,
y en esta misma lengua se dirá “no veo más que azul”, para decir “no veo nada”.
En alemán, “estar azul” significa perder la consciencia por el alcohol. El
azul, en ciertas prácticas aberrantes, puede incluso significar el colmo de la
pasividad y la renuncia. Así una costumbre de los presidios de Francia requería
que el invertido afeminado hiciese tatuar su virilidad con un casquete azul
uniforme, para expresar que renunciaba a ella. Opuestamente a su significación
marial, el azul expresaba entonces una castración simbólica; y la operación, la
imposición de ese azul con el precio de un largo sufrimiento, testimoniaba un
heroísmo a contrapelo no macho sino hembra, no sádico sino masoquista”
(Chevallier, Pág. 165).
Verde: “Equidistante del azul celeste y del rojo infernal, ambos absolutos
e inaccesibles, el verde, valor medio, mediatriz entre el calor y el frío, lo
alto y lo bajo, es un color tranquilizador, refrescante, humano. Cada
primavera, después de que el invierno ha convencido al hombre de su soledad y
de su precariedad desnudando y helando la tierra que lo contiene, ésta se
reviste de un nuevo manto verde, que vuelve a traer la esperanza, al mismo
tiempo que la tierra vuelve a resultar nutritiva. El verde, como el hombre, es
tibio. Y la venida de la primavera se manifiesta por el derretimiento de los
hielos y la caída de las lluvias fertilizadoras. Verde es el color del reino
vegetal que se reafirma con esas aguas regeneradoras y lustrales, a las cuales
el bautismo debe toda su significación simbólica. Verde es el despertar de las
aguas primordiales, verde es el despertar de la vida” (Chevallier, Pág. 1057).
“Estas
maravillosas cualidades del verde llevan a pensar que este color esconde un
secreto, que simboliza un conocimiento profundo, oculto, de las cosas y del
destino” (Chevallier, Pág. 1059).
Blanco: “Como su color contrario, el negro, el blanco puede situarse en los
dos extremos de la gama cromática. Absoluto y no teniendo otras variaciones que
las que van de la matidez al brillo, significa ora la ausencia ora la suma de
los colores” (Chevallier, Pág. 189).
En todo
pensamiento simbólico, la muerte precede a la vida, ya que todo nacimiento es
un renacimiento. Por eso el blanco es primitivamente el color de la muerte y
del duelo” (Chevallier, Pág. 190).
Anaranjado: “A medio camino entre el amarillo y el rojo, el naranja es el color
más actínico. Entre el oro celeste y las fauces ctónicas, este color simboliza
en primer lugar el punto de equilibrio del espíritu y de la libido. Pero tal
equilibrio tiende a romperse en un sentido o en otro, y se convierte entonces
en la revelación del amor divino, o en el emblema de la lujuria… Pero el
equilibrio del espíritu y la libido es cosa tan difícil que el anaranjado se convierte
también en el color simbólico de la infidelidad y la lujuria” (Chevallier, Pág.
93 y 94).
Negro: “Contracolor del blanco, el negro es su igual en valor absoluto.
Como el blanco, puede situarse en las dos extremidades de la gama cromática, en
cuanto límite de los colores cálidos y de los fríos; según su matiz o brillo,
se convierte entonces en la ausencia o en la suma de los colores, en su
negación o en su síntesis”.
“Simbólicamente
es más frecuentemente entendido en su aspecto frío, negativo. Contracolor de
todo color, está asociado a las tinieblas primordiales, a la indiferencia
original” (Chevallier, Pág. 746 y 747).
“Desde el punto
de vista del análisis psicológico, en los sueños diurnos o nocturnos, como
también en las percepciones sensibles del estado de vela, el negro se considera
como ausencia de todo color, de toda luz. El negro absorbe la luz y no la
devuelve. Evoca, ante todo, el caos, la nada, el cielo nocturno, las tinieblas
terrenas de la noche, el mal, la angustia, la tristeza, lo inconsciente y la
muerte” (Chevallier, Pág. 749).
“Si lo negro se
vincula con la idea del mal, es decir, con todo aquello que contraria o retrasa
el plan de la evolución deseada por lo divino, es porque semejante negro evoca
lo que los hindúes llaman la “ignorancia”, la “sombra” de Jung, la diabólica
serpiente dragón de las mitologías, que es necesario vencer en uno mismo para
asegurar la propia metamorfosis, pero que nos traiciona a cada instante”.
“Este negro,
asociado al mal y a lo inconsciente se vuelve a encontrar en expresiones tales
como: tramar negros deseos, la negrura de su alma, una novela negra. En cuanto
a estar negro, es precisamente encontrarse en la inconsciencia de la
embriaguez”.
“Lo negro, como
color que señala la melancolía, el pesimismo, la aflicción o el infortunio, se
encuentra constantemente en el lenguaje cotidiano: lo vemos todo negro, tenemos
ideas negras, estamos de un humor negro, las estamos pasando negras”.
“En su
influencia sobre el psiquismo, el negro da una impresión de opacidad,
espesamiento, pesadez”.
“En los sueños,
la aparición de animales negros, personajes negros u oscuros, muestra que
tomamos contacto con nuestro propio universo instintivo primitivo que se trata
de iluminar o domesticar, y cuyas fuerzas debemos canalizar hacia objetivos más
elevados” (Chevallier, Pág. 750).
Flor: “Aunque cada flor posee secundariamente un simbolismo propio, la
flor en general es símbolo del principio pasivo” (Chevallier, Pág. 504).
“La flor se
presenta a menudo como una figura-arquetipo del alma o como un centro
espiritual. Su significación se precisa entonces según su color, el cual revela
tendencias psíquicas” (Chevallier, Pág. 506).
Según el texto “El lenguaje del
dibujo” de Carlos J. Biedma y Pedro G.
D´Alfonso, y relacionando algunos aspectos de la obra “Madre e hija” de Gustav
Klimt, podemos decir que se trata de una pintura que se encontraría en la zona media.
En el libro más arriba mencionado, los
autores refiriéndose a los factores de expresión, definen al emplazamiento como
aquello que “se determina por las partes del cuadro escogidas por el sujeto
para dibujar sus temas” (Pág. 37). Esto “se establece en función de la altura,
anchura y economía espacial de los dibujos. Se trata de la extensión del dibujo
en sentido vertical, es decir: el espacio que ocupa el tema en el cuadro, desde
la base hasta el borde superior opuesto” (Pág. 38).
“Se divide el área total en tres zonas
horizontales: superior, media e inferior” (Pág. 38).
Según lo antedicho, podemos decir que la
obra “Madre e hija” de Gustav Klimt, se encontraría en la zona media, y por
tanto “traduce un predominio emotivo y el apego a las cosas cotidianas” (Pág.
38).
Genial Riddleschicas!!!
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